A la Virgen de la Esperanza (Artículo para el Boletín anual SPES 2016)

Cada mañana de Jueves Santo Zamora amanece con esa sonrisa dibujada en las nubes, con ese sol radiante que ilumina el rostro de María. La Virgen recorre las calles de una ciudad que la abraza en cada rincón, camina mecida en las miradas iluminadas de cientos de zamoranos que rezan en silencio. La emoción en la subida de Balborraz permanece grababa en las retinas de los fieles que, con lágrimas en los ojos, se dejan envolver por los acordes de la Saeta. Incluso parece que es otra la melodía que susurra el Duero cuando la Madre cruza el puente de piedra.

Camina Virgen de la Esperanza, y escucha las plegarias que Zamora posa al cobijo de tu manto. Tú, que viviste el dolor de la despedida y el calvario del camino a la Cruz conoces el sufrimiento, pero también la misericordia grabada en la mirada entreabierta en la agonía de la muerte. Y por ello en medio del desconsuelo acaricias con tus manos y perdonas con tu mirada.

Zamora ruega amparo bajo el manto de la Madre, pide alivio en el dolor de su sufrimiento. Su amargura para redimir nuestro pecado, sus lágrimas para bañar de Esperanza cada rincón. La agonía de la entrega de la muerte por la vida, la generosidad sin límites del amor de una Madre. En su rostro grabado el dolor, pero también la esperanza de la vida. 

Silencio Zamora, que María ya avanza por las rúas estrechas acompañada por los acordes que con maravillosa sutileza y elegancia Cerveró creó para acompasar tan bendito caminar. Dios te salve, Reina y Madre...

Cierra los ojos Zamora, que sólo tú sabes eso que sientes cuando Ella sale a la calle, solo tú conoces ese vínculo cosido por emociones que nació la primera vez que la Virgen de la Esperanza recorrió las calles de la ciudad. Un vínculo que se convirtió en eterno y visible a los ojos del alma, la esencia de nuestra ciudad, la vida, la dulzura, la Esperanza nuestra...