La tarde del Jueves Santo (Artículo para "El Itinerario" 2019)
Un año más cae la tarde del Jueves Santo, de nuevo Zamora revivirá el recuerdo del camino a la Cruz, la entrega de la muerte por la vida en esta tierra que lleva la Semana Santa en el corazón. Tierra de nazarenos y cargadores, de tradiciones y hombros generosos que entregan hasta el último suspiro bajo los banzos. Los días se juntan con las noches y parece que todo es uno, porque nadie descansa en estos días santos en los que la Pasión se dibuja en las calles de Zamora. Las puertas abiertas y los pies descalzos, las túnicas preparadas y las velas encendidas. Leyenda viva que narran las calles y suspira el Duero. La tarde del Jueves Santo da paso al Triduo Pascual, y Zamora rememora la Institución de la Eucaristía en la celebración de los Santos Oficios.
“Fueron a un lugar que llamaban Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: “sentaos aquí mientras voy a orar”. Zamora se viste de terciopelo morado la tarde del Jueves Santo para revivir la Pasión narrada por la Cofradía más antigua de la ciudad. Esfuerzo bajo las mesas y peso sobre los hombros para continuar con la tradición de un pueblo que lleva la Semana Santa grabada en el corazón, cosida al alma. La Cruz desnuda aguarda el cuerpo exhausto del Ecce Homo, las manos misericordiosas del lavatorio son bálsamo, alivio y consuelo. La procesión rememora la Última Cena, la agonía en el Huerto de los Olivos, el sufrimiento de la flagelación, el dolor de la coronación, la amargura de la traición en el prendimiento. “Inocente soy de la sangre de este justo” dijo Poncio Pilato al evitar juzgar a quien hoy juzga a vivos y muertos. Zamora alienta a la Madre en su dolor y se convierte en Cirineo, en hombro que carga junto a Jesús Nazareno el peso de la Cruz.
“Se postró en tierra pidiendo que si era posible se alejase de él esa hora, y dijo: “¡Abba! Tú que lo puedes todo, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Esta es una tarde de tradiciones, el momento de enseñar a los más pequeños las raíces de nuestra seña de identidad más bella. Cuando apenas el reloj marca las cuatro, los alrededores del Museo se llenan de hermanos impacientes, músicos y cargadores que aguardan el momento que llevan esperando durante todo el año. La Vera Cruz sale a la calle y los acordes de la marcha fúnebre “La Cruz” se cuelan entre las túnicas de terciopelo morado.
“Al que yo bese, ese es. Y cuando llegó se acercó y le dijo “¡Maestro!”, y lo besó. Jesús contestó, “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”. La estación en la Catedral es un momento para compartir. El descanso, la merienda al lado de la familia y compañeros de paso simboliza el tiempo de hermandad y de todo eso que hace de este día uno de los más bellos del año. Todo eso que no se puede explicar, pues esas historias que no conocemos, esas sensaciones escondidas y esos momentos que se dibujan en la intimidad de cada corazón, representan la verdadera esencia de la Semana Santa. Y es que los días de Pasión conforman un todo maravilloso, son la historia materializada en las calles, la costumbre y la tradición que perdura con el paso de los años, la enseñanza que se transmite a los que vienen, el recuerdo de los que se fueron y nos legaron la tarea de mantener viva nuestra historia. La Pasión se transmite entre generaciones y con ella el cariño por lo nuestro, y esa es, sin duda, la forma más bella de mantener viva nuestra esencia.
“Y los soldados tejieron una corona de espinas , la pusieron sobre su cabeza y le vistieron con un manto púrpura; y acercándose a Él le decían: ¡Salve, Rey de los Judíos!”. La tarde del Jueves Santo es una de las más bonitas, forma parte de ese trance maravilloso en el que Zamora se sume durante la semana más bella del año. El sudario de la Vera Cruz guía incansable la procesión, que luce majestuosa en la Plaza Mayor a su regreso. Y desaparecen las luces, y va muriendo el día cuando la procesión vuelve al Museo. Y llega la noche, y se resienten los hombros de los cargadores, pero la fe es aliento y otorga firmeza cuando las fuerzas flaquean. Los cargadores levantan el paso tras cada fondo con denuedo cuando apenas quedan unos metros para llegar al Museo, porque así se carga en Zamora, con el corazón en los hombros. Los pasos lucen con exquisita elegancia en su entrada al Museo mecidos en los acordes de las marchas más emblemáticas de nuestra ciudad.
La emoción se respira en cada rincón en el momento en el que la procesión llega a su fin, con esa mezcla de tristeza y alegría, pues cuando el manto de la Dolorosa se pierda entre las paredes del Museo comenzará de nuevo la espera, pero con ella también la ilusión de lo que vendrá, porque cada año es igual y diferente al mismo tiempo. Volverá a desfilar por las calles la Cofradía de la Santa Vera Cruz en la tarde del recuerdo del camino a la Cruz, la Disciplina y la Penitencia. Volverá la esencia de nuestra ciudad a lucir en todo su esplendor como lo hace cada tarde de Jueves Santo.
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