La madrugada de Viernes Santo (Artículo para "El Itinerario" 2018)

Zamora la bien cercada, la ciudad que duerme mecida en el susurro del Duero, la que abraza con sus calles estrechas y susurra palabras calladas. Zamora, la que aguarda paciente la llegada de los días más bonitos del año, y es que hay dos días en nuestra ciudad que se viven como uno, existe un día en el calendario que comienza la mañana del Jueves Santo y termina la noche del Viernes Santo, un día largo, sin descanso, en el que nadie duerme porque la magia está en la calle. Las sensaciones se exprimen en cada latido en la noche en que Zamora se vuelve soberana y despierta de su letargo al ritmo de los tambores destemplados. Quién puede hablar de pasión si no ha vivido una madrugada de Viernes Santo en Zamora…

Hace apenas unas horas la plaza de Viriato rogaba misericordia al cielo en forma de canto dando paso a otro capítulo de la Pasión, y es que ésta es una noche de emociones. Más que una fecha en el calendario es una llamada del corazón. De madrugada, los zamoranos, fieles a su cita, esperan junto a la iglesia de San Juan uno de los momentos más bonitos del año. Las primeras cruces negras pululan inquietas por las calles de Zamora, una mezcla de nervios y emoción se respira en la oscuridad de la noche. 

Tantas historias escondidas bajo las túnicas, tantas promesas bajo los banzos y alguna que otra lágrima al recordar a los que nos enseñaron la magia de esta noche. Para muchos un año más de tradición, para los más pequeños quizá su primera noche sin dormir, emocionados porque al fin ha llegado el momento. La iglesia de San Juan es fiel testigo de tantos años de tradiciones, de tantas citas de madrugada para ver como se pone en pie Jesús camino del calvario, avanzando a paso lento, con el anhelo bajo los banzos y el corazón en los hombros, porque es así como se carga en Zamora, porque es así como baila el “cinco de copas”. Y es que en esta noche se materializa la esencia de nuestra ciudad, que se alza majestuosa en la madrugada más bonita del año.

Los pasos ya aguardan en la calle, el griterío inunda la plaza mientras una marea de cofrades y cruces se abre hueco entre la multitud. Los nervios afloran cuando el sonido de los primeros tambores estalla en la plaza, la Congregación ya está en la calle. El reloj marca las cinco de la madrugada y la corneta del Merlú dispara el corazón de nuestra ciudad, resuena el tambor destemplado y se escucha la voz del jefe de paso “¡uno, dos, tres!”. Jesús Camino del Calvario se levanta con la fuerza contenida de la espera, y es entonces cuando una marea de emociones recorre la iglesia de San Juan, pues pocas cosas arañan el alma como lo hace ese momento. En la intimidad del templo se narra la leyenda de nuestra Semana Santa, suena la marcha Fúnebre de Tharlberg y Zamora entera canta, porque es la melodía del corazón la que camina bajo los banzos, son los acordes de los corazones encogidos los que reviven la esencia de la Pasión. Hay una magia especial que une Zamora con la marcha fúnebre de Thalberg, hay entre ellas un vínculo cosido por emociones que es eterno y visible a los ojos del alma. Jesús Camino del Calvario avanza mecido en los acordes de una marcha que se ha convertido himno, en seña de identidad de una ciudad que vibra cada Viernes Santo. Zamora está más viva que nunca.

En la oscuridad de la noche comienza una procesión que camina hacia el amanecer, Jesús carga el peso de la Cruz, porta sobre su hombro los pecados de los hombres, y la noche narra la historia de la Pasión, “llegaron al lugar llamado Gólgota, lo crucificaron y se repartieron sus vestidos echándolos a suertes. Sobre su cabeza pusieron un letrero con la causa de su condena, “este es Jesús, el Rey de los Judíos”. Los ojos vidriosos desde las aceras son testigos de la caída de Jesús, de las manos generosas del Cirineo, de la crucifixión del Hijo del hombre. Y entretanto Ella aguarda paciente a que el boceto de la Pasión se dibuje en las calles. Ella, señora de Zamora, testigo de tantas plegarias que los fieles posan al cobijo de su manto, Madre que padece la agonía de la muerte por la vida. La Soledad también recorre esta noche el camino del calvario a la Cruz.

Cuando la noche aún es fría la procesión revive uno de los momentos más simbólicos de la madrugada más bonita del año, la estación de las tres cruces, alegoría de la hermandad, emblema de nuestra Semana Santa. Es el momento de las ya tradicionales sopas de ajo, y es entonces cuando nos sorprende el amanecer, al lado de los nuestros en esta noche eterna, pues no hay amanecer más bello en Zamora.

Vestida de terciopelo negro y oro la Soledad camina ante la reverencia de los demás pasos cuando despuntan las primeras luces del día, y la procesión regresa, porque la tradición ya está cumplida. El aroma de las almendras garrapiñadas, los acordes de las marchas que alientan el caminar de cada paso, acervo de nuestra ciudad. Es último viernes de Cuaresma, el viernes del Señor. La procesión recorre la Plaza Mayor cuando el sol ya ilumina con fuerza la ciudad, pues a pesar del cansancio parece que nadie quiere escapar del dulce trance en el que Zamora es sumida. Un año más, ya con la tristeza y la impaciencia de la espera en la mirada, el Museo de Semana Santa cierra sus puertas y la Virgen de la Soledad regresa a la iglesia de San Juan.


Llega a su fin la historia, la tradición, la debilidad del corazón zamorano, la madrugada del Viernes Santo…

Comentarios

Entradas populares de este blog

Resonar de los tambores, latido de Zamora

Crónica del traslado del Nazareno (Artículo para la revista digital Fondo 2019)

Albores de Pasión (Artículo para la página Semana Santa Zamora)